miércoles, 16 de febrero de 2011

Vivir a ciegas




Desde el día en que quedó viuda, Águeda vivía sola. Llenaba el tiempo con los programas de tele-realidad y la gustaban los anuncios, sobre todo los que utilizaban slogans en inglés. Ella no los entendía, pero eso los hacía irresistibles. Compraba cada nuevo producto que anunciaban, aunque después los tuviese que regalar, porque siempre resultaban inservibles. Esta costumbre la venía de la época de casada, cuando su marido se ausentaba con frecuencia por los negocios. Ella nunca supo qué negocios, aunque sin duda, eran suficientes para pagar sus caprichos.


Su programa favorito; "Buscando al Asesino", la tenía encandilada. Admiraba la osadía de la reportera, desafiando peligros inconcebibles. Una mujer a la que no importaban los riesgos, con tal de seguir las pistas de sus investigaciones. Águeda, sufría en sus carnes cada uno de los lances, como si ella misma los estuviese viviendo. Se acostaba llena de inquietud, y tenía pesadillas. Cuando despertaba, nunca estaba segura si sus recuerdos correspondían a lo visto en la tele la noche anterior, o eran producto de algún sueño.


Cada mañana preparaba desayuno para dos, uno para ella, y el otro para un mendigo, que habitaba en la parte trasera del mercado, entre cartones y basuras. Embutido en un sucio abrigo, gorro calado hasta las cejas y una descuidada barba, que solo dejaba al descubierto su afilada nariz y unos inquietantes ojos gatunos, casi incoloros. Águeda que era compasiva, había hecho de la caridad una obligación. Incluso más de una vez, pensó en alojarlo en su casa, claro, que por el qué dirán tratándose de una viuda, nunca se atrevió a hacerlo.


El programa de esa noche, prometía emoción. Tras innumerables dificultades, la arrojada reportera, presentaba una prueba determinante para descubrir, al sanguinario protagonista de la muerte en serie de varias mujeres. La última víctima conocida, había sido su vecina de rellano, Dña. Milagros. Por lo que este caso, tenía un especial interés.


El día del crimen, Águeda había pedido el favor a su vecina, de tender la ropa que aún giraba metida en la lavadora. Púes tenía que hacer una compra urgente; El revolucionario "BACK TIMES CONNECTION". El distribuidor advertía de las últimas unidades a la venta, por fin de existencias. El aparato, aseguraba el anuncio, que te lleva a la época de tu vida que elijas. No podía perdérselo. Cuando regresó a su casa, la vecina había caído desde la ventana al patio. No fue un accidente. Alguien vio desde enfrente, como la empujaban.


El marido de Águeda, que se encontraba en uno de sus frecuentes viajes, casualmente nunca volvió. Su coche fue hallado a los dos meses y medio, hundido en un pantano a muchos kilómetros. La policía había dado el caso por irresoluble, asumiendo un rotundo fracaso. Se demostraría que la perseverancia y un poco de sagacidad, era suficientes para aclarar, lo que los grises funcionarios no consiguieron, a pesar de la enorme diferencia de medios.


La prueba, era una imagen, captada por la cámara de un banco, sobre el espejo retrovisor de un vehículo, que escapaba del lugar del crimen, en el momento de los hechos, mostraba unos ojos. Los ojos del asesino. Águeda quedó petrificada, aquellos ojos eran los ojos de su… No, no podía ser. Esa noche no pudo dormir, atando cabos y sacando conclusiones. Aquellos ojos se le aparecían en cuanto cerraba los suyos.


Las campanadas de las tres, la sorprendieron buscando entre sus muchos cachivaches, el Back Time Connection. Siguió al pie de la letra las instrucciones y deseó con fuerza viajar al día del suceso, y funcionó. Apareció en su casa. Su vecina, ajena a cualquier peligro, estaba tendiendo. Escondida tras la puerta, vio como entraba su marido y cogiendo a Milagros por detrás, la arrojaba a la calle. Sin duda, la había confundido con ella. Águeda agarró unas tijeras de cocina y las clavó en la espalda de su criminal esposo, dejándolo tendido en el suelo. Después solo deseó volver.


Preparando los desayunos, le asaltaron las dudas, no sabía con certeza, si lo había soñado o lo había vivido. Optó por creer que había sido un sueño.


Como cada mañana, con el café caliente quemándole las manos, llegó hasta su mendigo. El hombre había aparecido muerto aquella misma noche. Aún tenía los ojos abiertos, y clavadas en la espalda unas tijeras de cocina.


El vaso de café, cayó derramándose sobre el suelo, sucio de sangre.


Son sus ojos, murmuraba Águeda, dando media vuelta y alejándose asustada.




J. Talaverón Feb. 2011

4 comentarios:

  1. Lo has mejorado notablemente, parece otra historia. Ésta tiene tensión, sorpresa y un final impactante. Tú siempre tienes un as en la pluma. Me ha gustado, de verdad de la buena.
    Gloria

    ResponderEliminar
  2. Como siempre, te has superado a tí mismo y a otros que viven del cuento desde hace años. Conforme lo leía, lo veía en imágenes. Es un corto. ¿Cuando es la firma de autógrafos? Un abrazo. Eva.

    ResponderEliminar
  3. Inquietante verdaderamente.
    Lo de las tijeras, bárbaro.
    Así que un abrazo felicitador, compañero.

    ResponderEliminar