martes, 1 de marzo de 2011

Corazón duplicado



UBICUIDAD


Una persona normal, con una vida normal. Un pasado normal, con un presente rutinario. Un futuro previsible en demasía. Demasiada normalidad, como para poder seguir viviendo, sin miedo a que algo se rompa. La familia bien. Los hijos a su aire. Constantina, mi esposa, lleva las cosas de la casa, sin que al parecer, le agobien el cada día. A mí, sin poder evitarlo, se me va esfumando el interés por los menesteres conyugales, sin embargo hay una parte de mí ego, que sigue adherida, indisoluble, al vínculo matrimonial.


En el trabajo me ocurre algo parecido, treinta y cinco años dan para todo tipo de contingencias. Fui descubriendo en los últimos meses, como cada fin de semana, me costaba despedirme de Lucía. En cada "hastamañana" parecía perder algo muy íntimo, que iba quedando enlazado en nuestra relación laboral. Era como ir cediendo poco a poco parte de mi ser, que se sumaba a la personalidad del compañero ideal, el compañero que siempre había querido Lucía. La verdad es que no me preocupaba, Lucia era una excelente trabajadora y mejor amiga, por lo que no tenía que importarme el cambio, seguro que sería para mejor.



Todos los días a la salida de la oficina, solía parar por el "Guantánamo". El lugar resultaba ideal para limpiar las telarañas de la fatigosa jornada. Belinda, atendía la barra con alegría, mostraba en un amplio escote, unos generosos senos donde perder la mirada entre sugerentes vericuetos carnales. Charlábamos de cosas nimias, a las que la cubana daba una desmedida importancia, preocupándose de mis cosillas como si de una verdadera madre se tratase. Tal amistad me permitía soltar las frustraciones, aligerando la negatividad acumulada. Algo se iba quedando de mi personalidad, entre copa y teta.


Cada noche volvía al hogar con menos peso que descargar en la convivencia, con lo que dedicaba el tiempo previo a la cena, a mis labores de mini-jardinería, cuidando bonsáis en el cobertizo. Con toda razón, dejaron de llamarme para la pitanza nocturna, ya que mi afición les hacía esperar, en ocasiones, más de la cuenta. Como no me avisaban, comencé a quedarme dormido, con lo que algunas veces, amanecía a mitad de camino entre el jardín y el dormitorio.


Una mañana que desperté en el cobertizo, quise asearme y desayunar. El cuarto de baño principal estaba ocupado, por lo que tuve que usar el del servicio, desayuné en la cocina por no molestar. Cuando ya me marchaba sin despedirme, unas risas de hombre llamaron mi atención. Volví sobre mis pasos y descubrí asombrado a Constantina, que estaba desayunando en el comedor, con un señor que si no era yo, era muy parecido. Charlaban muy animados y parecían tan felices, que no quise interrumpir. Ya preguntaría a la vuelta.


Con estos tropiezos se me hizo tarde, llegue al trabajo a mitad de mañana, Lucia, me preguntó sorprendida como podía tener el don de la ubicuidad, pues acababa de dejarme en mi despacho. No quise discutir de nada, por el momento había tenido esta mañana suficiente confusión. Al llegar a mi mesa me encontré a un señor, que sentado en mi sillón, parecía un duplicado de mí mismo. Abría y cerraba los cajones con una presteza asombrosa, parecía encontrar cada documento, como si él los hubiese ordenado. Me marché un tanto aterrado al "Guantánamo". Solamente a Belinda, podría contarle mis terribles descubrimientos.


Ahorita me haces dudar cuál de ellos eres tú. Me dijo. Sí que os parecéis, pero por dentro sois muy distintos, os conozco muy bien a los tres.


Esa respuesta sí que terminó con la poca consistencia vital que me restaba, dejándome aún más perplejo.


Caminé sin rumbo, como queriendo perderme por calles desconocidas. Tratando de curar las heridas. Ahogar las afrentas, con despecho. Había perdido la noción de dónde me hallaba y opté por llamar a la primera puerta que encontré. Me recibió un preciosa criatura, parecida a un ángel. Me besó. Hola, papi. Me dijo y desapareció gritando; mami, mami, ha vuelto, papá ha vuelto.


Una encantadora mujer, me abraza y me llena de besos.


Perdón creo que hubo un error. Le digo tratando de liberarme de su abrazo.


No tienes que decir nada, cariño. Me dice apretándome más fuerte a su cuerpo.


No cabe ninguna duda, debe tratarse de una confusión, pero me siento muy bien, no digo nada y me quedo.



J.Talaverón Feb. 2011

1 comentario:

  1. Muy ingenioso, me gusta tu cuento,sobre todo lo de llamar al primer timbre, ....eso sí que es suerte, lamar al primero y atinar. es de cuento. muy bueno.
    gloria

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