· PUNTO CERO DE LA NARRACIÓN
Imaginar un cuento es como entrever una isla. Veo las dos
puntas, sé el principio y el fin.
Jorge Luis Borges
Escribir desde un
origen que viene del vacío, ex nihilo, de la nada que conforma nuestra
imaginación es, en sí, una entelequia. Nadie escribe desde un principio ciego.
Acostumbramos a dirigir la escritura desde unas herramientas de uso que
mecanizan el discurso narrativo. Sin embargo, todos nosotros somos sujetos
experienciales y devenimos, a fin de cuentas, de un fluir de vivencias y
sensaciones. ESCRIBIR ES EXPERIMENTAR. Dicho esto, el escritor ronda sus
intereses discursivos y narrativos en acontecimientos que pulsan una realidad
propia a pesar de lo alejado de la trama que urda su imaginación.
El desbloqueo, pues, es
una interacción entre experiencia y marco asociativo. Quiero decir que uno
acude a su propia experiencia, su madurez intelectual-vivencial, su asombro
frente al mundo y lo sutura con engarces asociativos que dilucidan la
experimentación narrativa. Uno de mis primeros cuentos se llamaba “Jugábamos a
cañas”. Yo todavía no tenía el bagaje cultural que pueda tener hoy y daba, como
todos los noveles, palos de ciego. De cualquier modo la idea creativa se
sustentaba en algo que descubrí después. El cuento empezaba así, como el
título. Recordaba que cuando vivía en Valencia, no tendría más de siete años,
acudíamos en tropel un grupo de jovencitos a cruzar una acequia. La acequia era
maloliente y traicionera. Habíamos visto a un grupo de mayores que tomando unas
cañas recias cruzaban de lado a lado aquellas aguas negras. Alguno caía y los
demás reían. Pero nunca pasaba nada. Cuando se marchaban- los mayores siempre
se marchaban- tomábamos las cañas y los emulábamos. Cómo no. Un niño siempre
emula a sus mayores. Sucedió que un día uno de los nuestros, gordo y falto de
miras, se subió a una de las cañas y rompiéndola cayó a aquellas aguas
suicidas. Nada pasó porque uno de los mayores que estaba agazapado le sacó de
inmediato y nada más pasado el peligro salió corriendo y fue cuando todos nos
dimos cuenta que estaba en calzoncillos. Aquella experiencia que yo -debo
admitirlo- adorné con el paso de los años fue una experiencia digna de ser
contada. Lo que yo recordaba era que en esa acequia había muerto un chico, no
sé si gordo o no, y que todos accedíamos hacia aquel lugar prohibido con el
pecho retumbando y con la acelerada sensación de que hacíamos algo malo, algo
que no debía hacerse. También recuerdo que un hermano mío, el menor, cayó y
todos le ayudaron fervientemente. No fue hasta más adelante que recordé aquel
chico con cara de lápiz mirando entre los matojos y saltando como una fiera
para salvar al gordo. Una experiencia propia es el primer latido del cuento.
Pero no solo. El
verdadero escritor, cuentista o novelista o poeta, transfiere su propia
realidad a una realidad extraña. Quiero decir que uno comienza a ser escritor
en el momento en que idea una historia, una trama que nada tiene que ver con
él. ¿Dónde queda, pues, la experimentación? Queda en el fluir de tu mirada,
queda en la sutil inspección que, día tras día, elaboras frente al mundo. Un
escritor no lo es sólo cuando escribe. Un escritor lo es siempre porque un
escritor ha empapado su mirada, una mirada contínua e intensa, en los hechos
cotidianos que despiden un fulgor extraordinario. Un escritor sabe dónde está
esa llama. A veces la buscamos como sabuesos de un conflicto escondido, otras
como un hecho imaginario que sostiene nuestra monótona realidad. Comenzar a
escribir no es hacerlo en tabula rasa. Comenzar a escribir es pulsar la música
de tus adentros y hociquear la realidad. Comenzar a escribir es despertar todos
los orificios que urden el pálpito de la trama.
Para vosotros,
cuentistas que ya habéis elaborado una trama significativa, una situación que
converge hacia la debida tensión narrativa, que conocéis de primera mano las
cuerdas trenzadoras del cuento, la CONSIGNA cumple esa función. Una consigna
es, pues, un disparadero. Es aquello que hemos descubierto en el imaginario
creativo. Lo llamamos NÚCLEO POÉTICO. Un hecho significativo sucede a tu
alrededor. Has tomado el autobús y al sentarte descubres que tu acompañante
lleva una máscara de gorila. Eso es una fuente insaciable para ti. Eso es un
NÚCLEO POÉTICO del que se derivarán multitud de sensaciones. ¿Por qué lo lleva?
¿Robará un banco nada más bajarse del autobús? ¿Va a una fiesta de disfraces?
Te advierto que hay preguntas y preguntas. Ésta última, sin ir más lejos, no la
hace alguien con alma de escritor. El escritor no busca una realidad
matematizable. No busca explicar cada recodo de su súbito encontronazo con una
realidad inexplicable. Nada de eso. Busca hacer tantos túneles con la
imaginación que, sin tardar mucho, sembrará en un escrito. En realidad, este
hombre-gorila ha viajado al zoo hace unos días y ha sentido un amor imborrable
al mirar los ojos de una gorila. Como no quiere perder oportunidad se ha hecho
con una máscara y piensa acercarse a los cristales que separan su dulce
encuentro y declararle su amor liberándola de aquel infortunio. Un disparate,
sí, pero un entrañable disparate. Ahora baja el hombre y tú, desde la
ventanilla, ves cómo se baja frente a una sucursal, se coloca la máscara y saca
una recortada sin un ápice de nerviosismo. No importa. TODA HISTORIA SON DOS
HISTORIAS. Ricardo Piglia nos hace esta somera observación. Y así es. Este
hombre no podría liberar a su amada gorila sin atracar un banco y sobornar a
sus cuidadores.
La imaginación es un
disparadero que no debe encontrar un límite lógico. Esto no quiere decir, en
modo alguno, que la lógica no distribuya su estructura en el cuento. Hablamos
de VEROSIMILITUD cuando todo el engranaje de la historia es conforme a su
sustrato narrativo. Creemos a Kafka y a su monstruoso insecto porque deviene de
una realidad palmaria, la del hombre que se siente como un bicho raro. ¿Cuántas
veces no te has sentido un bicho raro? Pues haz la ecuación y tendrás la
metamorfosis. En mi primer cuento, que nunca terminé de escribir del todo, los
niños nos saltábamos las reglas. Un niño que no se salta las reglas no es un
niño, es un prototipo social. Te invito pues a jugar a cañas, a cruzar el
Rubicón, a destartalar la realidad o a buscar la TRENZA DORADA, el elemento
mágico que imanta el NÚCLEO POÉTICO. Es el mundo del cuento. Y tú eres un
cuentista.
Te propongo leer LA
PRÁCTICA DEL RELATO de ÁNGEL ZAPATA. Tengo por este autor la mayor de las
admiraciones y podría decirse que sin su transparente concepción del cuento
nada podría saber quien escribe estas letras. En ese libro maravilloso
encontrarás las claves que uno ha de tener en consideración para todo aquello
que compete al cuento. Alguien que ama el cuento como este verdadero gurú que
es ÁNGEL ZAPATA sólo podía dar un arcón lleno de tesoros relucientes y
dadivosos. Impera su lectura como impera el nuevo despertar de escribir
relatos. Es una aventura. Alguien te llama y es inevitable cruzar el puente.
·
LA INVENCIÓN DE LO HUMANO: EL
PERSONAJE LITERARIO.
Los sueños son útiles
porque son libres.
Ernesto Sábato
Homo sum. Humani nihil a me alienum puto. Hombre soy. Nada de lo humano me es
ajeno. Frase de Publio Terencio Africano, dramaturgo latino autor de comedias
del siglo II antes de Cristo. Y es que lo humano es aquella piel que nos viste
al mundo. Todo contador de cuentos, todo escribidor (persona que escribe por
otro) o escribiente (persona que escribe para otro), todo aquel que pugna por
ser escritor (persona que escribe para sí mismo) debe moldear su personaje.
Todos hemos asistido con estupefacción a la maravillosa historia escrita por
Carlo Collodi: Pinocchio. Un muñeco de madera fabricado por el carpintero
Gepetto cobrará vida y se comportará como un ser humano. Es un personaje
emblemático, pues tiene una característica poco común. Cada vez que miente le
crece la nariz, tanto que le hace perder la compostura. Hay una segunda
historia. Gepetto tenía una pena, quería un hijo y no lo había podido tener. Al
construir su marioneta descubre que no puede controlarla como él mismo hubiera
querido. Eso es contar una historia. Tu personaje ha de desbaratarse de tus
manos y proseguir lejos de las artimañas del creador. No otra cosa es la
historia de la humanidad. Cuando Nietzsche asevera que Dios ha muerto le da la
mano a Inmanuel Kant y viene a decir que el hombre ha cumplido ya la mayoría de
edad. Eso debe saber todo escritor. Cuando creas un personaje has de saber
soltar los hilos que manipulen sus actos y su entendimiento. Decía E. M.
Forster en Aspects of the novel,
1927, que todo personaje se dividía en una dupla irrompible. Personajes planos
(flat) y personajes redondos (round). El primero no cambia en toda la acción
del cuento y el segundo, el redondo, parece que ya no es el mismo al terminar
el cuento. Ni que decir tiene que es una división parcial e interesada. Ya
desde los dos grandes genios de los siglos de oro literario, William
Shakespeare y Miguel de Cervantes, sabemos que el personaje, prototipo del
héroe o del antihéroe, se quitan sus cadenas y campan a sus anchas por el mundo
de ficción. La Dramatis Personae del teatro motiva el origen del Personaje en
la novela. Un prototipo, un caballero, un hombre sumergido a su fatum. Sin
embargo, estos dos genios sueltan su personalísimo Frankestein y nos brindan
las páginas de la literatura más hermosas y más cercanas del ser humano. ¿Cómo
lo hicieron? ¿Qué presupuestos siguieron? ¿Fueron conscientes de estar abriendo
la caja de Pandora?
Existen múltiples divisiones
del Personaje en el oficio literario. Todos ellos nos animan a descubrir la
operatividad de la acción en su peripecia. Y por eso son Actantes, porque
llevan la acción a su último extremo. Yo hago una primera división basada en un
concepto lacaniano. Lacan, el psicoanalista, advierte que la REALIDAD (toma de
conciencia) tiene que ver con lo REAL (lo percibido) y con lo IMAGINARIO (lo
deseado o imaginado). Todo ello resulta de una sutura inextricable, lo
SIMBÓLICO (el punto de unión). Aunque ya desarrollaré este principio os diré
que encuentro una división básica en estos conceptos para acercarnos al
Actor-Personaje. Existen, pues, tres categorías actantes que no son otras que
Real, Simbólico o Imaginario. Un personaje REAL nos acerca al mundo de la
acción mediante engranajes lógicos y causales. Un personaje SIMBÓLICO es
heredero del héroe o protagonista de la acción y cumple una relación de sutura
salvífica con su entorno. Su contrario, el personaje Diabólico es heredero del
antagonista y cumple una relación de tensión y destrucción del entorno. El
personaje IMAGINARIO es un personaje híbrido donde la fantasía se mezcla con lo
Real y construye una nueva Realidad de toma de conciencia. Pero esto no es más
que una división principal. Si atendemos al Personaje por su capacidad
operativa hallaremos una multiplicidad de clasificaciones, incluidas las del
carácter.
El Personaje de tu
cuento puede ser: VENGATIVO, AMOROSO, DESPRENDIDO, SOCIABLE, PROBLEMÁTICO,
TRABAJADOR, PEREZOSO, TÍMIDO, MENTIROSO, ESTÚPIDO, INTELECTUAL, AVIESO,
ENVIDIOSO, RELAMIDO, SEXUAL, AVARO, LÍDER, FANTASMAL, BRUTO, TIERNO,
DESCONSOLADO, ENFERMO, ASESINO, CRUEL, VOYEUR, DEPORTISTA, BUFÓN, CASCARRABIAS,
EDUCADO, VISIONARIO, DEMOLEDOR, INSULSO…
Antes de hacerlo andar
en tu escrito has de pensar QUIÉN es tu personaje. ¿Lo conoces de verdad? ¿Qué
sabes de él? ¿Le gusta el Arte? ¿Odia la televisión? ¿Se escaparía solo/a a una
isla desierta? Es de justicia que te hagas todas esas preguntas. Cómo irá
vestido, cuál será su actitud y qué función ocupa en tu escrito. Ya ves que son
muchas preguntas pero sólo tienes que interiorizarlas y saldrán como linterna
mágica de tu entendimiento. Una de las primeras consideraciones es que
tendremos PROTAGONISTAS, ANTAGONISTAS, DEUTERAGONISTAS, CALEIDOSCÓPICOS,
BISAGRAS O DONANTES, FIGURANTES, DISTRACTORES, PROTOTIPOS, ANTITIPOS,
PERSONAJES TÚNELES, etc.
Al elegir un
PROTAGONISTA sabes que has de poner la cámara sobre él. Si usas una cámara
objetiva te servirás de un foco lejano aunque no muy distante. Si usas una
cámara subjetiva el punto focal estará en sus sentidos (no sólo en sus ojos).
Es el héroe/antihéroe de tu historia. El Lazarillo es un antihéroe aunque
después de contado “el caso” que es lo que mueve a la primera novela moderna
uno queda de una pieza al saber que se siente triunfador, un héroe, ya que a
pesar de los cuernos que le pone un miembro de la iglesia no pasa más calamidad
y cuenta con mesa y cama, algo que iba más allá de sus esperanzas. Terrible.
Este primer hilo de ternura es el aliento con el que respirarán Hamlet y Don
Quijote. No olvides ese hilo de ternura. Eres el dios de tus criaturas pero no
tires tan fuerte del arzón de tus dedos que oprimas el respiradero sus
acciones. PROTO-AGONOS es aquel héroe que camina en pro de la lucha, del
objetivo, del azar en que se ha visto inmerso. Es por ello que cuando saques a
tu héroe al mundanal ruido deberás tener en consideración el espacio en que se
mueve y los peligros que acontecerán.
Tu personaje ha de
mostrar algo que le diferencie del resto, bien sea por atributo físico o
mental. El llamado PERSONAJE EMBLEMÁTICO lo es por ser su atributo un referente
propio de la historia. Imagina que tu protagonista porta en su mano izquierda
un garfio. Esa condición debe ser un SIGNIFICANTE que desarrolle su proceder en
la trama. Recuerda que el cuento es el lugar de lo insólito. Si tu personaje
bebe, bien puede ostentar una cojera que nos haga ver que anda cojo por la
vida. Son referentes emblemáticos y por tanto SIMBÓLICOS. Una cicatriz en el
pómulo, una mano con seis dedos, que sea albino, un bastón, una pipa, unas
gafas de amplia dioptría, un loro en el hombro (hace poco vi a alguien que
paseaba por la calle de esa guisa) o unos zapatos que le hacen correr más
rápido. Recordarás esa escena que aparece en CRÓNICAS DE MOTEL de SAM SHEPARD
donde un niño ve cómo su padre que trabaja la tierra se toca la cicatriz del
rostro mientras un B-52 sobrevuela su cabeza. Es un instante prodigioso lleno
de significaciones. Para la mirada del niño su padre es un cobarde, sólo sirve
para estar agachado en la tierra. Eso le parece su padre y nada más, se
avergüenza. El texto, empero, es referido como todos los escritos. Y aquí cobra
singular importancia porque el hombre adulto ve su yo inmaduro en ese niño que
fue. Ahora, con la edad, sabe que su padre era todo un héroe. Y ahora sabe
también por qué se tocaba la cicatriz. Su padre fue un héroe de guerra. Esa
cicatriz comunicaba la tierra con el cielo. Esplendoroso. Nacemos de la tierra,
nos convertimos en héroes en el cielo y volvemos a la tierra. Toda una
propuesta de vida. Eso es lo que cuentan los cuentos.
El final de Pinocchio
es muy revelador. Se ve que Carlo Collodi ideó un primer final para las
tribulaciones de aquel muñeco de madera. Moría ahorcado. Era un modo de que la
madera volviera a la madera. Pero algo no funcionaba, tanta madera para ser
madera. Un destino inevitable. Para tanto viaje no hacían falta alforjas. Sin
embargo algo sucedió. Collodi cambió ese final. Y como si fuera él mismo un
dios protector pero sabio insufló el ruach y el nefesh de los hebreos en su
armazón de madera y le dio vida. Pinocchio deja de ser un bloque inmundo y se
convierte tras una metamorfosis maravillosa en un ser humano. Qué os parece. Le
da la vida. Vive. Se convierte en persona de carne y hueso. La METANOIA (cambio
de fortuna), la transformación, la herencia de la sangre. Eso mismo debéis
hacer con vuestros personajes. Sopladlos, dejadlos salir a la intemperie. Sois
el dios de vuestras historias. Cuando Lucky Luke sale a mirar el crepúsculo,
(he de reconocer que era la estampa que más me gustaba de este vaquero
magnético de tupé impecable y pitillo en boca) queda con su caballo oteando el
horizonte y los rayos purpúreos se bañan en su delgada figura que se pierde en
el horizonte rocoso entre sobrios azules y certeras sombras. Va pensando, va
haciendo pensamiento y tú le acompañas en su cabalgadura. Eso es contar una
historia. Eso es ver a una persona
que nace de tu propia imaginación.
La consigna es la de un
PERSONAJE EMBLEMÁTICO. Te lo pido para que pienses en él, para que madures su
apariencia, para que no le sueltes. La
lectura es el cuento de John Fante, La
orgía, que está dentro de su libro Al
oeste de Roma. Fíjate en los actores de la historia, en los figurantes, en
los personajes bisagra (ayudadores o donantes), en la psicología de quienes
forman parte de la trama. Te servirá de mucho.
Una cosa más. Cuando
Gepetto, el carpintero, va a modelar su trozo de madera, éste no surge de la
nada. Se lo ha dado un compañero de gremio. Parece que fue un trozo de madera
golpeado por un rayo. Pues eso, que te golpee un rayo.
De Juan Carlos Jiménez Vázquez
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