miércoles, 27 de julio de 2011

La lluvia del hombre

Cuando aquel hombre salió de su casa vio cómo una lluvia menuda pero pertinaz le caía sobre los hombros. Para su sorpresa comprobó que en la calle los otros transeúntes estaban secos. Le vino a la memoria la maldición de la última de sus ex: “Llegará el día en que todas las lágrimas que has hecho derramar, caerán sobre tu conciencia, cuídate del rayo de después.” Aunque su vida era muy ordenada, y todo lo hacía con puntualidad inusitada, lo que más le gustaba era darse una ducha muchas veces al día, le gustaba sentirse húmedo. Pero hoy no, hoy no le apetecía mojarse en absoluto. Miró hacia el cielo y comprobó que una nube le seguía, echó a correr para salir de la maldición pero cuanto más corría la lluvia era más fuerte. Entonces recordó que en realidad de pequeño odiaba el agua, quizás su padre tuviera algo que ver por la insistencia con la que le llevaba a la playa.
Sea como fuere llovía, pero sólo sobre él, esta vez era algo objetivo, esta vez no era fruto de su paranoia. Empezaba a comprender el porqué odiaba que sus ex acabasen todas las broncas llorando. Debía apresurarse, ya se autoanalizaría después. Buscó refugio en una cafetería y al entrar se le empañaron las gafas. Sacó de sus bolsillos un pañuelo para limpiárselas, se las limpió, y se las volvió a colocar pero el agua seguía cayéndole y decidió tomarse un güisqui. El calor del entorno le hizo sentirse muy a gusto, pero el agua que caía no permitió que se secara haciéndole recordar la figura viscosa de un cocodrilo saliendo de un cenagal.
- Caballero, no puede usted permanecer en el bar mientras usted esté lloviendo, dijo el camarero, alegando el derecho de admisión.
Obediente, tomó el bebedizo de un trago y se dispuso, ya en la calle, a seguir a esa extraña rubia que un charco perseguía bajo sus botas, a la par que le llovía hacia arriba. Después de recorrer tres largas calles giró a la derecha y comenzó a bajar las escaleras de metro de la estación Canal. Mientras bajaban el agua bajaba y subía torrencialmente. El hombre de lluvia posó su mano sobre el hombro de la mujer encharcada. Ella sorprendida se volvió, le miró y le dijo: Delfino, tenías que ser tú. Él, también sorprendido, dijo: Delfina, veo que aún sigues encharcada.
Fue el instante en que el mismo charco se deshizo de los pies de Delfina y pasó a los pies de Delfino, aguando toda su persona. El hombre salió de allí, intempestivo, sin mirar atrás. Nada más dejar la boca de metro fue fulminado por un rayo.

1 comentario:

  1. Este cuento está escrito como cadáver exquisito a 14 manos, las dos magistrales (de magister) de nuestro profe, Juan Carlos Jiménez, autor de la primera frase y del final y las de los participantes del taller, por este orden, Juan Carlos Celorio, Eva Gurutzarri, Gloria alero, Javier García, Pepa Pérez y Juanma Martín Lanchazo.
    Fue una experiencia muy divertida, especialmente
    por la tormenta de ideas que fue creciendo a medida que el cuento avanzaba.

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